viernes, 10 de julio de 2009

Enriqueta, de pronto


Incialmente la idea de este blog era hacer un homenaje a la poesía de Enriqueta Ochoa, y sigue siéndolo aunque no todos los post sean para disfrutar de su poesía. Me encontré esta nota en el blog de La otra revista, ¡Qué afortunada la autora que pudo asistir a su taller...!

por Alma Karla Sandoval



La releo aunque una extraña sensación, la de no haberla conocido, me invade. Uno de sus poemarios brilla en la mesa. Escribió la dedicatoria con tinta oscura y mi nombre con “C”. Esos trazos cursivos, esa esperanza “de una nueva y luminosa amistad”, motivan recuerdos. Una tarde de 1999 fui al taller de Enriqueta Ochoa. Nadie me invitó. Leí en el periódico su anuncio. Tomé dos metros, caminé y me perdí. Llegué tarde. Encontré cuatro personas. Una chica de cabello largo y lacio, morena, leía su texto donde aparecía una guitarra. No me gustó por cursi, pero la maestra lo celebró. Luego me enteré de que iba a publicarle un libro porque ya era hora después de tantos poemas.

Sufrí un poco, la verdad. Noté que mi estética nada tenía que ver con lo que Ochoa consideraba estar bien escrito, hacernos sentir. No regresé a su casa porque no era el lugar de mis versos oscuros, siempre buscando neblinas o centros rotos con decenas y decenas de imágenes extrañas: zoologizaciones sin cura, ritmos despiadados (al menos eso dijo la crítica de mis textos de veinteañera), en conclusión, nada que ver con la adoración sin límites de los talleristas por Enriqueta y las frases dulzonas que aquellos chicos convocaban.

Pero como afirmó el sabio Kurt Cobain: “La voluntad del destino es indomable”. Encontré un taller donde me sentía cómoda hasta que los excesos de poesía me alejaron de ahí. Pero llegaron las becas, los viajes con el recuerdo oloroso de algunos versos de Ochoa. Porque la leí con rigor, incluso la imité en algunos libros donde la hija predilecta de Torreón baja al infierno. “Hambre de ser” es un momento muy inquietante. En ese poema María Zambrano y Enriqueta Ochoa coinciden. El punto de intersección es el orfismo.

Ambas sabían que se debe intentar la salvación de Eurídice y después regresar para no volver a mirar el mundo con los ojos. Luego de aquella oscuridad se ve con las manos que escriben o rasgan el cuerpo de la lira. Se reconoce el mundo con la mirada de Edipo una vez que se arrancó las córneas. Es un extraño acercamiento que permite entender la muerte, “somos un bisbiseo que eclosionará al encontrar la palabra final”, según palabras de esta autora nacida en 1928 que no confiaba en Dios y por eso creo que no es justo catalogarla como una poeta mística. No creo de esta clase de escritores, la verdad. Enriqueta lo iba a entender: “Siempre que escribía sentía una voz que me dictaba y ella nunca me autorizó a hacer público esos dictados. La desobedecí. Yo le tenía miedo a esa voz y creía que era Dios. Después fui comprendiendo muchas cosas y me di cuenta de que tenía que hablar, crecer y vivir. Viví y sufrí mucho, más tarde”.

Esta es la artista con la que me quedo, con quien sí doy al releerla. Ochoa sabía que el poeta no es un ser maravilloso dotado con dones que iluminan el mundo. Realista, muchas veces explicó que el poeta es un condenado al dolor y a la desgracia, que el canto no se le da por la ruta de la normalidad afable, que quien presta su cuerpo a la poesía nunca logra sentirse adaptado. Por eso no gustaba de la autopromoción, los festejos y los grandes homenajes aun cuando los tuvo. No compartía la idea del poeta como gestor cultural. Su aparente bajo perfil obedeció, tal vez, a un respeto inalterable por su personalísimo timbre que “buscaba la profundidad del espíritu”, ¿lo ven?, poeta órfica.

Así que me duele y no que haya muerto. Deja un diccionario de imágenes de los autores que la marcaron y una obra más que decente. Marianne, su única hija, es una poeta capaz de decir que la envidia abre zanjas en el suelo. Ella también escapa de los elogios, la autopromoción tramposa, el turismo poético. Quizá esta es la mejor forma de ser, con hambre de nacer del todo, en las aciagas hectáreas de la poesía.

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